martes, 2 de febrero de 2010

CICLO TROYANO 6: La Ilíada (FINAL)

Tal y como se narra en el poema de la Ilíada, cantos XVII a XXIV. Autor (dicen): Homero.

La patada del Rey de Esparta es inesperada, y su potencia ensordece a todos durante varios segundos. Todo sucede a cámara lenta: Héctor sale volando cien metros, y la onda expansiva derriba a un centenar de troyanos y también a Euforbo, que se desnuca.
Los griegos aprovechan para llevar el cuerpo muerto de Patroclo hasta su campamento.

LA FURIA DE AQUILES
“¡Noooooooooooooooooooooooooooo!”, grita Aquiles cuando le notifican la muerte de su amigo. El héroe se reconcilia con Agamenón, que de inmediato le pide que se una a las tropas griegas en el ataque.

Aquiles dice a sus sirvientes que lo preparen todo para la batalla.
“Me temo que no será posible, mi señor Aquiles”, le dice su mayordomo.
“¿Qué? ¿¡Por qué!?”
“No tiene usted armadura. La suya se la llevó Patroclo y no nos la han devuelto”.
“¡Noooooooooooooooooooooooooooo!”,
grita Aquiles. Ahora ya no le cae tan bien ese Patroclo, maldito ladrón de armaduras.
Pero no hay problema porque Tetis, la madre de Aquiles, había decidido adelantar su regalo de cumpleaños, encargando a Hefesto que forjase una armadura nueva para el héroe.
“Hmmm”, dice Aquiles al dios-herrero, examinando la coraza que este le ofrece, “quítale esos dibujos grabados de enormes penes que has puesto y trato hecho”.

Con su armadura nueva, Aquiles se lanza a la batalla. Al igual que Hulk, su fuerza aumenta cuando más cabreado está, y cuando intenta conectar el jetpack que Hefesto le había instalado y en lugar de salir volando se quema el culo, su enfado le convierte en un guerrero invencible.

LA VENGANZA DE AQUILES
Viendo esa máquina de matar suelta, Hector y muchos de sus soldados corren a refugiarse tras los muros de Troya.
Aquiles se abre paso soltando tortazos estilo Obélix hasta la entrada de la ciudad. Héctor está fuera, aporreando las gigantescas puertas de madera.
“¡Abrid, hijosdeputaaa! ¡No tiene gracia! ¡Dejadme entraaar! ¡Dejadme entraaaaar!”, intenta ordenar a voces a sus conciudadanos del interior.

Aquiles el Invencible se aproxima a él. El troyano se gira desesperado, fingiendo algo de seguridad en sí mismo.
“Te esperaba, Aquiles. ¿Lo que acabas de ver? Eh… Estaba… infundiendo un discurso para animar a los troyanos en las siguientes batallas.”, Hector se rasca la cabeza y finge un bostezo, “bueno, se ha hecho muy tarde, será mejor que te vayas. Adiós.”

“¡Tú mataste a Patroclo! ¡He venido a vengarme!”, dice el griego caminando hacia su odiado enemigo, espada en mano.
“¿Matarlo? ¡No, no! Bueno, si… ¡pero fue en defensa propia, estaba loco, me atacó, dijo que le caías muy mal y que quería acabar con toda la Humanidad…!” balbucea Héctor mientras retrocede; señala a su hermano, que está en lo alto de la muralla, “¡De verdad! Todos lo vieron. Si no te lo crees pregúntale a Deífobo”.

Aquiles mira a Deífobo. Éste niega con la cabeza.
El griego apuñala a Héctor y lo mata. Luego ata el cadáver a su carro, dispuesto a llevárselo al campamento, y comienza a dar vueltas alrededor de la ciudad.

“¡Mirad ese osado Aquiles!”, chillan los afligidos troyanos “¡arrastra el cuerpo de nuestro comandante muerto para humillarlo, y da vueltas a la ciudad para que todos lo veamos! ¡Se burla de nosotros!”
Nada de eso: Aquiles está muy nervioso. No para de mirar por todos lados y no encuentra el jodido camino por el que había venido y que conduce hacia el campamento griego. Se tira horas así.

Al llegar, se celebra una gran fiesta por la muerte de Patroclo: supongo que, por alguna razón, no les caía muy bien. Está todo muy bien montado. Hay gran cantidad de canapés y un montón de actividades divertidas para niños y mayores: competiciones de carreras, de tiro con arco, de boxeo, de lanzamiento de peso, taller de maquillaje, payasos que hacen animales con globos…

Por la noche, Agamenón le pregunta a Aquiles que para qué diablos ha traído el cuerpo de Héctor. Aquiles, la verdad es que no lo sabe, simplemente le pareció una buena idea en el momento. Le devuelve el cuerpo a Príamo, el rey de Troya, donde será enterrado decentemente.

Y así, inesperadamente, termina la Ilíada, pero no la guerra de Troya, y de aquí no se va nadie hasta que no sepamos qué pasa al final. Así que sentáos de nuevo...

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