Era una tempestad salvaje como no se recordaba desde hacía años. Parecía el mundo fuese a acabar esa noche. El fuerte sonido de las aspas del helicóptero despertó a los residentes del Palacio del Vaticano. El Cardenal Massarotti se aproximó confuso, linterna en mano, al grupo de mercenarios de élite del gobierno italiano que descendía del aparato, enfundados en chalecos de kevlar y con potentes M40.No sintió miedo. Sus setenta y cinco años sobre la Tierra, la mayoría de ellos al servicio de la Iglesia, le habían enseñado muchas cosas, pero no estaba ni de lejos preparado para lo que iba a ver esa noche.
"Oigan, ¿qué hacen?", preguntó a los soldados "¿No saben que esto es la casa de Dios?"
"No es nuestra intención asustarle, padre", contestó uno de los mercenarios le contestó casi sin mirarle, mientras comprobaba la munición de su arma, "pero hemos recibido un aviso del ministerio indicando que el Papa Ratzinger podría ser en realidad un poderoso vampiro".
Los soldados ya se preparaban para abrir la puerta del tejado. El Cardenal se tambaleó un segundo, intentando asimilar lo que acababa de escuchar. El mercenario le cogió por el brazo para evitar que cayese al suelo. “Discúlpeme… debo haberle entendido mal… ¿ha dicho un vampiro? Los vampiros no exist…”
¡¡¡BOOOM!!!
La puerta del tejado estalló con violencia, lanzando por los aires a los mercenarios, que estaban manipulando el cerrojo. De entre el humo surgió una figura, que se elevó flotando hacia el cielo. Era el Papa Benedicto XVI, que les miraba con una amplia y cruel sonrisa en la cara.
Les miraba, si, con unos ojos sin pupila, de color blanco, que resplandecían con una luz fantasmal. Su viejo y decrépito cuerpo flotaba por el aire como un globo, y sintió el Cardenal Massaroti que una extraña fuerza sobrenatural saturaba todo el ambiente.

“¡Su Santidad! ¡Santo Cristo, no puede ser! ¡Usted es un hombre santo, un hombre de Dios…!” gritó Massarotti.
“Fue en el 82, Cardenaaaal…”, contestó con voz de ultratumba la preternatural criatura, flotando sobre su cabeza. “Usted estaba allí, igual que yo…”
“¿El 82? ¡Palestina! ¡Si, en el desierto! ¡La falsa tumba de Maria Magdalena…!”, recordó entonces el Cardenal, incapaz aún de comprender lo que estaba sucediendo.
“Aquél lugar estaba sellado por una buena razón... ¿Recuerda lo que le dije? No estaba acabada, había sido tapada con piedras improvisadamente… como si los constructores hubieran abandonado el trabajo de repente, intentando desesperadamente que no saliese lo que había en el interior”, la voz de Benedicto era casi hipnótica, y el Cardenal no se atrevió a interrumpirle. Instintivamente trató de agarrar con fuerza su collar con la cruz, pero se lo había dejado sobre la mesita de noche. El ser ante él, que cada vez parecía menos humano, prosiguió con su relato. “Había una Cosa allí dentro... un Dios más fuerte. Él es ahora mi pastor, Baäl, el Dios de la Sangre”.
Los mercenarios abrieron fuego, pero las balas no hicieron daño al monstruo. Un destello luminoso cegó al Cardenal Massarotti. Se escuchó una explosión, y una poderosa embestida lo derribó al suelo, sin sentido.Cuando recobró la visión, la Cosa que antes había sido Benedicto XVI ya no estaba. La lluvia había amainado, y el tejado del Vaticano, destrozado por la explosión, se encontraba plegado con los cadáveres de los mercenarios. Sólo el líder de los soldados se encontraba en pie, aunque malherido.
Massarotti le interrogó, agitándole. “¿Qué ha pasado? ¡¡En el nombre de Cristo, contésteme!! ¿¡qué es lo que ha pasado aquí!?”
“¿Que qué ha pasado…? ¡Que los de Inteligencia la han cagado!” respondió el mercenario, fuera de sí, “¡Mierda, nos dijeron que era de la Sexta generación, pero eso ha sido por lo menos un Tercera! Y ahora ha escapado, y todos están muertos…”
El Cardenal Massarotti no volvería a dormir bien en todos los años que le quedaban de vida. En sueños, recordaría una y otra vez las últimas palabras que la criatura había pronunciado, casi como un susurro, antes de desvanecerse...
“¿No lo entiendes, amigo mío? Él nos ama. Ama lo que nosotros somos, pues contenemos la sangre que lo ha de alimentar. Cuando el tiempo sea el correcto, caminará de nuevo, y la Humanidad entera será su banquete.”


Advertencia: Dicha unidad viene sellada herméticamente en el interior del cráneo y la rotura de este sello invalidará automáticamente la garantía del cuerpo. Universal Diostech SL no se hace responsable de los daños ocasionados por la manipulación de la unidad por parte de terceros.
Esté atento a los distintos indicadores que se irán iluminando en su conciencia. Si siente sed, se siente fatigado y sufre dolor abdominal, quizá necesite ingerir alimento sólido y líquido. Interpretar estas señales puede requerir cierto grado de destreza. Ver la página 50 del manual para más información.
Los hasta entonces pacíficos pueblos y aldeas, cuyos habitantes raramente habían tenido contacto con lo que los hombres llamaban “civilización”, eran seleccionados a participar en el concurso, y sus poblaciones enteras eran llevadas hasta el circo, a luchar hasta la muerte, y así proporcionar su cruel entretenimiento a los nobles y los patricios, los señores de la tierra.
Bertín Osborne también huía a toda velocidad, perseguido por esos toros enloquecidos, de cuyas bocas rezumaba una asquerosa espuma blanca. Los cadáveres proporcionaban un festín a las criaturas, y la jauría de gritos que provenía de las gradas del estadio era ensordecedora.
Atrapado en un callejón sin salida, desenfundó su potentísima pistola y disparó, y disparó, y disparó, hasta que todos los cornudos monstruos cayeron despedazados al suelo. El bufón real, un hombre antes conocido como Santiago Segura, comenzó a gritar y a reír, pero el maestro de ceremonias lo apartó de una patada. Su nombre era Ramón García, y había sido el Sacerdote Supremo del Grand Prix desde tiempos inmemoriales.

Mientras tanto, en España, tras haberse producido un golpe de estado fascista, el dictador Francisco Franco se enfrentaba al problema de su sucesión, acudiendo en busca de consejo a su mayor consejero científico, Manuel Fraga.
El dictador Franco buscó durante meses a Juan Carlos de Borbón, hasta encontrarlo en España, detenido por haber asesinado a sangre fría a su propio hermano (y no es broma); dicen que la primera reunión de ambos hombres tuvo lugar en la celda más mugrienta de la peor cárcel de por aquél entonces. Juan Carlos I tenía apenas 18 años, pero quien hubiese asistido hubiese dicho que era él, y no el dictador del país, quien tenía el poder.
Franco supo en aquél momento que acababa de conocer a la criatura más diabólica del siglo XX.
Pero la voz más importante en contra es la de Laoconte, cuyos argumentos son interrumpidos porque del mar salen a toda prisa dos gigantes serpientes y le asesinan a él y a su familia.
Al enterarse Ulises del crimen de Ajax el Menor, corriendo lanza desde lo alto de las murallas a Astianacte, el hijo de Héctor, y reta a los demás “a que superen eso, maricones, que eso es lo que sois, que aquí no hay nadie más criminal y macarra que yo”.
Y por fin llega, después de diez años, el momento de montar en los barcos e irse a casa pero, por los muchos crímenes cometidos, los héroes griegos serían castigados a no poder regresar fácilmente a su hogar, y vientos huracanados los llevaron a muy distintas partes de este nuestro mundo...
El cerebro de los troyanos, poco acostumbrado a las acciones que desafían toda lógica y racionalidad, les hace creer que los griegos por fin han sido derrotados, y deciden meter en la ciudad armatoste de madera.
Los troyanos están muy sorprendidos y son incapaces de organizar una defensa como Dios manda, para empezar se preguntan que ostias ha comido el caballo para tener diarrea de soldados griegos sedientos de sangre.
LA MUERTE DE PARIS
“ROFL!! PWND! LOLOLOLOLOLOLOL”, dice Paris a los soldados troyanos que tratan de auxiliarle, antes de morir.
MEMNÓN EL DESTRUCTOR; LA MUERTE DE AQUILES
“¡Has tenido suerte, mirmidón! Pero en el próximo ataque se decidirá todo…”
La poderosa amazona se lanza contra las tropas griegas y muchos son los que caen ante su lanza. Por fin se topa cara a cara con el invencible Aquiles, que la mata en un segundo.
Los griegos se miran entre ellos, paralizados por el miedo.
Pero no hay problema porque Tetis, la madre de Aquiles, había decidido adelantar su regalo de cumpleaños, encargando a Hefesto que forjase una armadura nueva para el héroe.
Aquiles el Invencible se aproxima a él. El troyano se gira desesperado, fingiendo algo de seguridad en sí mismo.
“¡Mirad ese osado Aquiles!”, chillan los afligidos troyanos “¡arrastra el cuerpo de nuestro comandante muerto para humillarlo, y da vueltas a la ciudad para que todos lo veamos! ¡Se burla de nosotros!”
Por fin, Zeus podrá dormir una siesta… pero entonces llaman a la puerta.
“Uhm, vaya… Bueno, pero todos habéis visto cómo lo he hecho, ¿no? Era un ejemplo. Vamos, ¡ahora vosotros!”
Menelao is back, bitches.