El otro día me encontré con lo que
aparentemente parecía una caja de cartón vacía en la calle – pero sólo al ojo
inexperto.
Pero para un ojo experto como el mío, un
ojo (el izquierdo) que se ha entrenado durante años mirando muy fijamente a ver
si podía ver a través de la ropa de las mujeres e incluso de paredes las de
hormigón del vestuario femenino de mi colegio, la realidad era muy distinta.
Que no os sorprenda: Estamos hablando de
un ojo del que os podría contar fabulosas aventuras sobre cosas muy rápidas que
ha logrado ver, como por ejemplo a Son Gokuh peleando contra Vegeta, una bala
(en el tiempo entre el que ha sido disparada y no ha llegado aún a su objetivo,
que si no carece de mérito), a Santa Claus, o un electrón.
Efectivamente amigos, yo he visto un
electrón con los ojos desnudos (tuve que hacer mucha, mucha fuerza) y debo
decir que en persona pierde bastante. Nada que ver con la belleza desenfadada y
sencilla de los neutrones, o la lujosa pomposidad de los protones, que van tan
maquillados que parecen un Drag Queen.
Lo único que salvaba al electrón es que
era chistoso y las demás partículas subatómicas le permitían quedarse cerca.
Por desgracia, ofendió a un físico de renombre en uno de sus chistes y se
volvió negativo: a partir de entonces fue expulsado del núcleo atómico y se
quedó dando vueltas alrededor, para ver si encontraba alguna puerta trasera por
la que colarse.
Obviamente yo quedé muy sorprendido
cuando mi ojo me explico (en una de las reuniones bimensuales que tenemos para
que me ponga al corriente de qué ha ido viendo en ese tiempo – porque cuando
uno tiene un ojo así puede permitirse delegar en él que vaya administrando la
información, de hecho yo creo que si se presentase a las elecciones para
cerebro las ganaría e incluso lo haría mejor) todo esto, especialmente porque
había pasado en una milésima de segundo.
El caso es que mi ojo izquierdo me dijo
(no como el gandúl de mi ojo derecho, que el día menos pensado hago un ERE en
este cuerpo y me lo quito de encima a él y a un par de kilos de grasa que
tampoco hacen nada) que esa caja de cartón no era sino una máquina del tiempo.
Mi ojo experto podía ver que el cartón
era en realidad una aleación futurista apta para el viaje temporal, y que las
letras “NEVERAS FAGOR” que constaban sobre ella eran parte de un dialecto del
futuro lejano, y que lo que parecía meado de vagabundo en uno de los laterales
no era sino meado de vagabundo en uno de los laterales, ya que la caja había
sido utilizada por unos indigentes como meadero.
Sin pensarmelo dos veces fui corriendo
hacia la caja y aparté de una patada al indigente que dormía plácidamente a
medio camino.
“¿¡Q-qué pasa!?”, preguntó muy alterado
al despertar de una pequeña siesta de doce horas.
“¡No hay tiempo para explicaciones!”, le dije, justo antes de dar una explicación, “Esta caja es una máquina del tiempo y voy a viajar al pasado para avisar a la gente sobre Hitler”.
“¡No hay tiempo para explicaciones!”, le dije, justo antes de dar una explicación, “Esta caja es una máquina del tiempo y voy a viajar al pasado para avisar a la gente sobre Hitler”.
El vagabundo se ofreció de inmediato a
ayudarme (se identificó como Jor-El, alias “El Barbas”, rey del universo y todo
lo que contiene, así como también segundo hijo de Dios después de Cristo y
mesías que estaba esperando el apocalipsis, que sólo pedía una moneda para
comprarse una Xibeca. Compartiría la riqueza del reino futuro con quien se la
diese).
Juntos viajamos a los días previos a la
Segunda Guerra Mundial. Una vez allí, sin embargo, yo y el vagabundo
discutimos: resulta que habíamos entendido mal lo que el otro quería.
Yo lo que quería era avisar a la gente
sobre Hitler, para que pudiesen detenerlo a tiempo.
El vagabundo lo que pensaba que yo quería
hacer era avisar para que estuviesen preparados para AYUDAR A HITLER EN SU
CONQUISTA MUNDIAL.
Peleamos a muerte, y yo gané. Acto
seguido emergí de la caja en 1930, advirtiendo a gritos “que viene Hitler! Que
viene Hitler!”. Nadie me entendió, ni siquieran conocían el significado de la
palabra “Hitler”.
Muy decepcionado, regresé al presente y
quemé la caja de cartón para que nadie más pudiese usarla. Antes, sin embargo,
viajé unos meses al futuro y compré un iPhone 7S, que si alguien lo quiere, se
lo dejo por mil euros.
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