jueves, 17 de junio de 2010

Stupid SCIFI Tales #1

El robot-tabernero continuaría un milenio más con su inmemorial tarea, una tarea que había empezado eones antes de que el primer Gelferb, la raza de reptiles que habían sustituido al hombre cuando su civilización fue destruida por un virus mortal. Y seguiría todavía cuando el último calamar anfibio gigante, las criaturas que habían sustituido a los Gelferbs como especie dominante, languideciese un millón de años más tarde en las costas de su ciudad terráquea más importante, Yhgwwngpzhggnttfblrwsfdlbrgrrrt (es posible que la palabra no pueda ser apropiadamente pronunciada si se carece de tres bocas trilabiales colocadas una encima de la otra o bien suficiente destreza a la hora de emitir mensajes sonoros mediante el uso del ano).

Desde hacía tres milenios, una vez cada medio siglo un calamar adolescente entraba en la profundísima gruta donde se encontraba la taberna del robot-tabernero. El robot siempre decía lo mismo al Elegido: “¡Bienvenido al Tornillo Quebrado, ¿en qué puedo servirle?”. Lo cierto es que los calamares no entendían nada del refinado ingles del robot-tabernero (le daba cierto aire señorial, según sus creadores originales), pero la frase había cobrado gran importancia en la intrincada y compleja religión de los calamares (y antes de comenzar a burlaros de ellos por eso, recordad que en las nuestras no solo una, sino todas, carecen de sentido).
El robot-tabernero estaba aliviado de que los calamares mutantes no supiesen hablarle… ¡si le hubiesen pedido whisky, no hubiera sabido qué darles! ¡Sólo le quedaba una extravagante combinación de tequila y ponche de huevo! Por alguna razón, nadie en todos los millones de años desde que él existía había pedido eso…
Pero en fin, al robot-tabernero nunca le faltaba trabajo. Como ya he dicho, tenía una tarea que cumplir.

Dicha tarea era la de frotar los vasos para dejarlos bien limpios con un paño mohoso. Llevaba eones realizando esa tarea… el paño sólo había resistido trescientos años antes de desintegrarse, por lo que el robot siguió frotando con su mano metálica. Apenas doscientos años después, ya no quedaban vasos que frotar, pero eso no le había detenido, oh no. Su mecanismo y el compactísimo metal que cubría su cuerpo habían sido hechos para durar una eternidad. Para eso y para obedecer ciegamente. Era un logro viviente de una raza excepcional ya extinguida, una raza que había dominado los misterios de la ciencia y el universo, que había descubierto el vuelo espacial y la mecánica cuántica, entre otras muchísimas cosas… pero que había sido incapaz de dotar al robot-tabernero de un chip que le indicase CUANDO PARAR A TIEMPO.

Porque quedarse sin paños y sin vasos no había detenido al estúpido robot-tabernero, por supuesto que no. Sus órdenes eran frotar, y frotar es lo que haría, aunque tuviese que frotar eternamente el suelo de la taberna. De hecho, eso es lo que había hecho, había seguido frotando.
Pero no una pequeña cantidad de tiempo, no es como si hubiese estado años haciendo eso… quiero que penséis una cantidad abominable de años, un uno con tantos ceros como podáis imaginar. Ese tiempo era el que el robot-tabernero llevaba fregando el suelo.
Había hecho un agujero en el suelo de la taberna, a base de frotar y frotar. Un agujero que se hundía más y más en las profundidades de la Tierra. En sólo dos millones de años llegaría hasta el núcleo terrestre, haciendo reventar desde dentro el planeta entero. Oh si, ese sería el final del planeta Tierra. No habría juicio final, no habría nada…

Sólo un robot tarado que había escarbado y escarbado hasta joder el planeta entero.

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