viernes, 26 de febrero de 2010

"No pretendo asustarle, pero el Papa podría ser un poderoso vampiro"

Era una tempestad salvaje como no se recordaba desde hacía años. Parecía el mundo fuese a acabar esa noche. El fuerte sonido de las aspas del helicóptero despertó a los residentes del Palacio del Vaticano. El Cardenal Massarotti se aproximó confuso, linterna en mano, al grupo de mercenarios de élite del gobierno italiano que descendía del aparato, enfundados en chalecos de kevlar y con potentes M40.

No sintió miedo. Sus setenta y cinco años sobre la Tierra, la mayoría de ellos al servicio de la Iglesia, le habían enseñado muchas cosas, pero no estaba ni de lejos preparado para lo que iba a ver esa noche.
"Oigan, ¿qué hacen?", preguntó a los soldados "¿No saben que esto es la casa de Dios?"

"No es nuestra intención asustarle, padre", contestó uno de los mercenarios le contestó casi sin mirarle, mientras comprobaba la munición de su arma, "pero hemos recibido un aviso del ministerio indicando que el Papa Ratzinger podría ser en realidad un poderoso vampiro".

Los soldados ya se preparaban para abrir la puerta del tejado. El Cardenal se tambaleó un segundo, intentando asimilar lo que acababa de escuchar. El mercenario le cogió por el brazo para evitar que cayese al suelo. “Discúlpeme… debo haberle entendido mal… ¿ha dicho un vampiro? Los vampiros no exist…”

¡¡¡BOOOM!!!

La puerta del tejado estalló con violencia, lanzando por los aires a los mercenarios, que estaban manipulando el cerrojo. De entre el humo surgió una figura, que se elevó flotando hacia el cielo. Era el Papa Benedicto XVI, que les miraba con una amplia y cruel sonrisa en la cara.
Les miraba, si, con unos ojos sin pupila, de color blanco, que resplandecían con una luz fantasmal. Su viejo y decrépito cuerpo flotaba por el aire como un globo, y sintió el Cardenal Massaroti que una extraña fuerza sobrenatural saturaba todo el ambiente.

“¡Su Santidad! ¡Santo Cristo, no puede ser! ¡Usted es un hombre santo, un hombre de Dios…!” gritó Massarotti.
“Fue en el 82, Cardenaaaal…”, contestó con voz de ultratumba la preternatural criatura, flotando sobre su cabeza. “Usted estaba allí, igual que yo…”
“¿El 82? ¡Palestina! ¡Si, en el desierto! ¡La falsa tumba de Maria Magdalena…!”, recordó entonces el Cardenal, incapaz aún de comprender lo que estaba sucediendo.

“Aquél lugar estaba sellado por una buena razón... ¿Recuerda lo que le dije? No estaba acabada, había sido tapada con piedras improvisadamente… como si los constructores hubieran abandonado el trabajo de repente, intentando desesperadamente que no saliese lo que había en el interior”, la voz de Benedicto era casi hipnótica, y el Cardenal no se atrevió a interrumpirle. Instintivamente trató de agarrar con fuerza su collar con la cruz, pero se lo había dejado sobre la mesita de noche. El ser ante él, que cada vez parecía menos humano, prosiguió con su relato. “Había una Cosa allí dentro... un Dios más fuerte. Él es ahora mi pastor, Baäl, el Dios de la Sangre”.
Los mercenarios abrieron fuego, pero las balas no hicieron daño al monstruo. Un destello luminoso cegó al Cardenal Massarotti. Se escuchó una explosión, y una poderosa embestida lo derribó al suelo, sin sentido.
Cuando recobró la visión, la Cosa que antes había sido Benedicto XVI ya no estaba. La lluvia había amainado, y el tejado del Vaticano, destrozado por la explosión, se encontraba plegado con los cadáveres de los mercenarios. Sólo el líder de los soldados se encontraba en pie, aunque malherido.

Massarotti le interrogó, agitándole. “¿Qué ha pasado? ¡¡En el nombre de Cristo, contésteme!! ¿¡qué es lo que ha pasado aquí!?”
“¿Que qué ha pasado…? ¡Que los de Inteligencia la han cagado!” respondió el mercenario, fuera de sí, “¡Mierda, nos dijeron que era de la Sexta generación, pero eso ha sido por lo menos un Tercera! Y ahora ha escapado, y todos están muertos…”



El Cardenal Massarotti no volvería a dormir bien en todos los años que le quedaban de vida. En sueños, recordaría una y otra vez las últimas palabras que la criatura había pronunciado, casi como un susurro, antes de desvanecerse...
“¿No lo entiendes, amigo mío? Él nos ama. Ama lo que nosotros somos, pues contenemos la sangre que lo ha de alimentar. Cuando el tiempo sea el correcto, caminará de nuevo, y la Humanidad entera será su banquete.”

1 comentario:

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