sábado, 30 de enero de 2010

CICLO TROYANO 3: La Ilíada (Parte 2)

[i]Como se narra en el poema de la Ilíada (cantos IV a IX). Autor: Homero (probablemente).[/i]


SE REANUDA LA PELEA
Se había establecido una frágil tregua entre los dos bandos, pero los dioses del Olimpo querían guerra y más guerra, así que a un tal Pándaro (que no tiene nada que ver con el instrumento musical), se le escapa un día una flecha y le da a Menelao.
¡Wops!”, dice el troyano como disculpa. Es tarde, ya se ha vuelto a desatar la batalla.

En la pelea destaca el griego Diomedes que, con la protección de Atenea (lo que en la Ilíada vendría a ser como tomarse una estrella del Super Mario multiplicado por 10) va cargándose troyanos a lo Asterix y Obélix hasta llegar a Eneas (hijo de Afrodita).
Sale volando la diosa desde una nube (otra vez) para salvar a su hijo, pero Diomedes ataca a la diosa y la destroza.
En respuesta, Apolo baja del cielo escandalizado: “¿Pero de qué vas, flexiglás?”, le dice. Como si de una reyerta de gitanos se tratase, ahí empieza a aparecer todo el mundo pidiendo explicaciones y amenazando con inflar de navajazos a la peña.

Pero Diomedes es el arma definitiva de guerra, es Chuck Norris + Rambo + Conan + El tío de Jungla de Cristal. Tiene los cojones tan grandes que sólo por vacilar destroza también a Ares, el Dios de la Guerra, y lo deja hecho mierda, incapaz de luchar.
Espero que os haya quedado claro que Diomedes está muy loco. Nadie, ni siquiera los dioses, pueden vacilarle.

Los troyanos, claro, están acojonadísimos. Se podría decir que casi no les queda más mierda por cagar. Ese puto termineitor se ha cepillado a medio panteón él solo. Héctor regresa a Troya corriendo, para que las mujeres hagan ofrendas a Atenea, y que le quite a Diomedes el godmode.
Y ya que está allí, aprovecha para llamar a su hermano “cobarde, gallina, capitán de las sardinas”.

EL IMPERIO (TROYANO) CONTRAATACA
Griegos y Troyanos deciden montar un mano a mano entre dos héroes para detener la sangrienta lucha. Representando a los troyanos estará Héctor, y representando a los griegos un tío con nombre de detergente, Áyax Telamonio (porque Diomedes, suponemos, ha regresado al siglo veintipico con Skynet).
Se tiran luchando todo el día hasta que se les hace de noche. Time out. Como en esa época aún no se ha inventado la visión nocturna, tienen que dejarlo para mañana.

Esa noche, Paris intenta llegar a un acuerdo de paz con los griegos diciendo que si se van les devolverá el tesoro que robó del palacio de Menelao, y parte del tesoro propio de Troya (¿Cómo? ¿Qué había robado tesoros de los griegos? ¡Coño! ¡Ahora todo tiene mucho más sentido…!). Los griegos dicen que no, y que en cuanto John Connor les envíe desde el futuro a Diomedes otra vez van a flipar en colores.

Pero al amanecer, Zeus ordena a todos los dioses que no intervengan en la batalla, y los griegos, por vacilones, comienzan a ser derrotados. Al final del día les han hecho retroceder casi hasta los barcos en los que llegaron, pero Agamenón tiene un último recurso:

LA EMBAJADA A AQUILES
Ulises, Ájax y otro pringao van al campamento de Aquiles y le piden perdón de parte de Agamenón, que le devuelve a Briseida y le ofrece a cualquiera de sus hijas como esposa.
Mira broder, lo que me hiso este hermano Agamenonsito no tiene nombre”, les dice el invencible Aquiles, “si ahora asepto, estaré deshonrando a mi Comandante Fidel. Decile a vuestro compadre el Agamelón que si quiere hablar de hombre a hombre conmigo, que Aquiles-pero.”

Ulises marcha pesaroso. A pesar de sus funestos juegos de palabras, Aquiles es la única esperanza. Sin él, los griegos están condenados.

¿O no…?

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