Mario Conde inició su gloriosa carrera hacia el estrellato (porque se estrelló) licenciándose en Derecho (la auténtica carrera de criminología). Más tarde, decidió abandonar la práctica de la abogacía y dedicarse a los negocios.
Según dice en sus memorias, no notó gran diferencia pasar de ser abogado a ser banquero, imagino que porque en ambas profesiones hay más criminales y ladrones que pulgas en un perro (uno especialmente pulgoso).
Pronto consiguió grandes éxitos, haciendo varios trapicheos con una empresa farmacéutica (¿?), con los que acumuló suficiente pasta como para comprar medio Banesto y que le nombraran vicepresidente.
En aquellos días, el Banco de Bilbao trataba de apoderarse del Banesto en una OPA hostil rollo Señor de los Anillos. La cúpula directiva de Banesto estaba asustada, y muchos accionistas desertaban cada día para unirse al enemigo. Parecía que era el final de Banesto. La entidad convocó una última reunión para acordar la rendición final frente al Banco de Bilbao.
Ocurrió entonces, cuando todo parecía perdido, que Mario Conde tomó su hacha y destripó allí mismo a uno de los traidores de la venta de acciones al Banco Bilbao, al grito de: “¡Victoria o Valhalla!”. Eso enardeció a las tropas, que decidieron resistir hasta el final. La cabeza del agente del enemigo fue colocada en una pica a la salida de la sede central de Banesto, como advertencia.
Los miembros del Banco de Bilbao, viendo una resistencia tan unificada, abandonaron el asedio a mala gana y regresaron a sus montañas, donde tendrían que hacer frente a un nuevo impuesto revolucionario de ETA.
Su actuación, heroica y valerosa, pero sobretodo interesada, le granjeó muchos honores, entre ellos el halago personal del Rey Juan Carlos, que sobre él dijo: “Admiro a Mario Conde, porque es como esos héroes de la literatura clásica. Equivale a medio Robin Hood: por desgracia se quedó sólo en la parte de robar.”
Su ascenso a las alturas se vio deteriorado cuando, progresivamente, sus amigos y allegados fueron notando que cada vez pedía que le invitasen cuando iban a tomar un café o en los restaurantes. Sus excusas para escaquearse de pagar eran cada vez más infames y rocambolescas.
Al poco, se descubrió que de tanto robar había dejado al Banesto más seco las cañerías de las Pirámides. Ahí faltaban más millones que dientes en la boca de un viejo. Fue condenado a 14 años de cárcel y tuvo que devolver 7.200 millones de pesetas al Banesto. Le dio igual porque eso es lo que pensaba gastarse en propinas al día siguiente. Cumplió condena más o menos (le dieron la condicional al poco tiempo, porque no es lo mismo ser un chorizo que un jamón de pata negra).
En el 2000 se presentó a unas elecciones por el UC-CDS y sorprendentemente logró reunir a 12.000 subnormales profundos que le votaron, demostrando que en España ser político y ser un criminal confeso son dos cosas que no están reñidas. Dice no arrepentirse de nada:
“Mario Conde no se arrepiente de sus crímenes”, explicó él, que habla de sí mismo en tercera persona, en una entrevista reciente, “Si Mario Conde estuviese de nuevo en Banesto, Mario Conde volvería a actuar igual. Así ha hablado Mario Conde”.Actualmente podemos seguir sus aventuras como tertuliano en un programa de Intereconomía TV titulado El gato al agua.
Menudo pájaro.
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