Sólo los más idiotas de entre nosotros (idiotas que no deberíamos tener reparos en denunciar ante las autoridades pertinentes para que les dieran así con la mano abierta) se quejan de que Halloween es una tradición extranjera, y defienden en su lugar la tradición de la “Castañada” (o Magosto u otros nombres, en sitios donde los romanos no creyeron conveniente enseñar a hablar correctamente a sus habitantes), que consiste en hacer un fuego y calentar ahí un puñado de castañas (o también otras comidas-basura de la Edad Media, como los boniatos. ¿Boniatos? ¿A estas alturas del siglo XXI? ¡Por favor! ¡Si parece un ñordo de vaca eso!) y envolverlas luego en un papel de periódico para comérselas, como si esto fuese el jodido Berlín Este o una Rusia postapocalíptica.
No, amigos, la Castañada, el Magosto o como poyas le queráis llamar es una cosa de viejas, y si a ti lo que te gustan son las viejas, entonces estás muy, muy enfermo.
En comparación, Halloween mola mucho más, aunque esto lo digo no sin reparos, ya que antes molaba mucho más y poco a poco ha ido molando menos: Hace años, Halloween era lo más hardcore y quienes se disfrazaban daban realmente miedo (sobre todo porque llevaban esas máscaras de goma barata provenientes de China y Taiwan, fabricadas por antiguos trabajadores-esclavos de los talleres de costura ilegal que se dedican a ello en cuanto tienen una artrosis tal que produce que la mejor echa de esas putas máscaras sea capaz de darle diarreas súbitas y pesadillas al mismísimo Freddy Krugger).
Hoy, los disfraces dan bastante más pena, ya que los vampiros, hombres lobo y momias nos producen risa, más que pavor (y las vampiresas, erección). Deberíamos acudir a niveles más abstractos del terror, pero al parecer hay algún tipo de norma no escrita sobre Halloween que no permite a la gente disfrazarse de Cthulhu, y por esto seguimos atascado en esta amalgama de disfraces de monstruos pasados de moda, capaces de ser destruidos con un único tiro de escopeta. A esto se le suma el hecho de que han ido apareciendo otros disfraces que no se sabe exactamente cómo se supone que deberían dar miedo, como por ejemplo el disfraz de pirata, que sólo en su versión “Jack Sparrow” podría quizá extender el terror, aunque sólo entre aquellos que sufren ya de por sí una homofobia desmesurada.
Sin embargo, puestos a valorar todos los frentes implicados, esto ha permitido la aparición de un nuevo elemento clave en Halloween, que es hoy el que casi prácticamente sostiene la tradición: que las chicas pueden disfrazarse de putillas sin ningún tipo de reparo social (con sus multiples variantes, obviamente: vampiresa con escote, enfermera con escote, zombie con escote, diablesa con escote…), haciendo de cualquier otro disfraz un sinsentido o incluso una paradoja, algo que directamente es contradictorio consigo mismo.
Halloween es, sin embargo, una oportunidad inigualable para agradecer la existencia de los pederastas, sacerdotes católicos y demás tocaniños, a los que siempre se critica sin tener en cuenta la de cosas buenas que con su antinatural y viciosa atracción sexual hacia los niños han provocado. Por ejemplo, han sustituido exitosamente al Hombre del Saco como monstruo infantil, en una época en la que éste ya no era suficiente para frenar las exacerbadas fuerzas del mal que crecían en el interior de estos púberes jodidos hijos de Satán que estáis teniendo.
Ningún niño se amedrentaría ya frente a un desconocido que les coloca dentro de un saco, sin embargo, todos se lo piensan dos veces ante la posibilidad de que les agarre un perturbado que se dedique única y exclusivamente a darles por el culo. Pasa lo mismo con los criminales adultos: Les daría lo mismo ir a la cárcel si no tuviesen constancia fehaciente de varios hechos no directamente relacionados entre sí, pero que juntos forman la mayor herramienta de disuasión frente al crimen de la que dispone la sociedad moderna. Dichos hechos son los siguientes:
1) La alta cantidad de negros que van a la cárcel.
2) La alta cantidad de negros que poseen grandes penes.
3) Que el jabón mojado resbala y cae al suelo con facilidad.
Como digo, gracias a los pederastas ha quedado desterrada la tradición del “truco o trato”, que tal y como está la juventud haría que si no les das caramelos a ese atajo de niños disfrazados que llaman a la puerta de tu casa, por la mañana tu coche tuviese los cristales rotos, las ruedas pinchadas a navajazos y, como colofón final, le hubiesen arrojado encima, con fuerza inusitada para sus cuerpos infantiles, un contenedor en llamas.
Cientos de euros han sido ahorrados en sobornos para estos putos niños adictos al azúcar, así como en concepto de facturas médicas para curar su obesidad. Y el número de vidas salvadas frente a una hipotética legión de niños violentos e hiperazucarados sigue siendo todavía hoy incontable...
Y todo eso se lo debemos a los pederastas y su gran labor, jamás reconocida, de cohesión social.
lunes, 1 de noviembre de 2010
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ResponderEliminarMe gusta Halloween (por lo que ya mencionaste... en el fondo, todas tenemos una putilla dentro) pero me gusta más la necrofílica emoción del día de todos los santos (1 de nov) y día de muertos (2 de nov), donde ponemos altares con comida, cigarros y alcohol y un pan en forma de huesos a los benditos muertos que de vez en vez se nos suben y joden un poco. Esos prehispánicos sí que sabían echar desmadre.
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