Hace un tiempo un amigo me explicó que, en Japón, la marihuana está tan mal vista como cualquier droga dura y eso, sinceramente, no me sorprende. Sólo hay que ver la de cosas absolutamente demenciales que provienen de ese maldito islote para saber que esa gente no necesita fumar nada. Ya de por sí están mal de la puta cabeza.
Por ejemplo en Youtube, si buscas cosas con alfabeto occidental puedes encontrar movidas medianamente locas (igual que si escribes cosas en cirílico, que únicamente te salen videos de borrachos peleando). Ahora bien, sólo tienes que teclear un par de letras en japonés para desbloquear un mundo jodidamente nuevo lleno de las pajas mentales del Joker y cosas que se la pondrían dura a Freud.
(¿No me crees? http://www.youtube.com/watch?v=NENOb9fXL2s&feature=related ).
Pero no he venido a hablar de Japón (ya hablaré de ello cuando los Välar la hundan como a la jodida Númenor). He venido a hablar de Sonic The Hedgedog (que debería haber sido traducido como “Sónico, el Perro Afilado”, pero nunca lo fue. Traductores sudamericanos, ¡me estáis fallando!)
No voy a hablar mucho de la Megadrive (aunque dicho tema es debidamente anotado), ni tampoco de la Master System (que si lo traduces queda algo que suena como si fuese un puto superordenador del MIT a pesar de que la jodida consola aquella tenía la potencia de una calculadora de bolsillo. Daba igual: el hecho de tener que soplar dentro para quitarle el polvo cada vez que ibas a jugar le quitaba absolutamente todo el glamour al trasto).
Sólo diré que no sé para qué narices pusieron tres botones en el mando (Megadrive), si al final tanto Sonic como en casi todos los juegos los tres botones servían para lo mismo, para saltar. Y si podías hacer cualquier otra cosa, como el doble giro superdestructor en el aire (wtf), o el ataque de Kaito que podías hacer en el Sonic 3 (japoneses = fumados, recordemos), en vez de usar otro botón tenías que pulsar dos veces el de saltar. Putos locos derrochadores de botones.
Quizá por eso en Sonic 3 en vez del melódico canto de SEGA, lo gritaba un tío que parecía que le hubiesen dado una patada en los cojones.
Al principio Sonic parecía un juego bastante más sencillo de lo que era, sobretodo porque estábamos acostumbrados al Super Mario, que de un toque ya morías. Todos los enemigos eran cancerígenos, venenosos, radioactivos y mordían y te ponían sus huevos dentro.
Pero Sonic no era así, su teoría era la siguiente: cada vez que chocabas contra un malo, a Sonic se le caían todos los anillos (igual que si chocas con un gitano), y tenías que saltar por ahí de nuevo para recogerlos.
Pero te mataban igual, ¿por qué? Porque Sonic era un juego enrevesao. Super Mario era fácilmente comprensible, hasta para niños retrasados e hipervitaminados como nosotros: salían pinchos, plantas carnívoras, especie de ñordos marrones con patas que caminaban y te miraban con cara de mala leche (y por eso sabías que eran malos).
Los enemigos de Sonic, en cambio, no se sabe qué coño son o qué ostias pretenden. El Dr. Robotnik (ya me dirán que clase de doctorado se sacó ese tío para llegar a la conclusión de que dentro de los robots había que poner un animalillo adorable para que funcionasen) se sacaba del culo toda clase de inventos con forma de huevo (por eso se le llama Dr. Eggman en algunas traducciones americanas, el exacerbado tamaño de sus testículos que se mencionaba en el manual de instrucciones no tenía nada que ver).
Con el tiempo, a Sonic le fueron apareciendo seguidores y secundarios (como por ejemplo Tails, un zorro con dos colas, cosa que le permitía volar, no busquéis el sentido. O también Knuckles, un tío que en Sonic 3 salía riéndose y te destruía un puente... pero que les pareció guay y por eso es que al siguiente juego lo podías controlar). Además, los creadores del juego más tarde decidieron pasarse a la heroína y gracias a eso Sonic pudo transformarse en SuperSayan de ahí en adelante.
miércoles, 22 de septiembre de 2010
domingo, 19 de septiembre de 2010
Ciencia: mi reflexión
No me malinterpretéis: le doy las gracias a la ciencia por los ordenadores, que han permitido llevar el sexo y la pornografía a todos los hogares, la medicina, que nos permite mantener con vida a personas que deberían haber muerto hace un montón de años, cuando perdieron calidad de vida, o los coches capaces de transportarte durante varios kilómetros sin necesidad de consumir grandes cantidades de alfalfa e ir dejando enormes ñordos por las calzadas, cosa que seguro es del agrado de los ocasionales caminantes.
Pero creo sinceramente que hemos perdido el rumbo de la investigación científica. Por ejemplo, si hoy mismo interceptásemos a un científico en su camino a la reunión periódica de su club de fans de Star Trek, le colocásemos una bolsa negra en la cabeza, le montásemos en una furgoneta en marcha y le preguntásemos, poniéndole el cañón de una pistola de 9mm en la boca, cual es el objetivo de la ciencia, nos respondería que “hacer un mundo mejor para los seres humanos” o “descubrir los últimos secretos del universo”. (Aunque bueno, dicho todo esto, quizá también preguntaría bastante asustado si vamos a violarle). No, científico, no. No vamos a violarte. Sólo a matarte. Porque eso es de hippies.
Por eso digo que hemos perdido el rumbo. Antes, el tipo hubiese contestado sin vacilar que la ciencia es algo que sirve para sentirnos superiores a los ignorantes, y para poder contradecir todo lo que decían nuestras madres (véase: que por hacerte pajas te quedarías ciego).
No nos engañemos, el espíritu científico no nació cuando un griego miró al agua en un desinteresado acto contemplativo y se preguntó por qué no todo era agua, e hizo unas primeras deducciones a partir de dichas observaciones.
… Más bien nació cuando ese griego se acostó bien cabreado después de haber debatido acaloradamente con un vecino sobre cualquier gilipoyez (véase: ¿por qué si llevo desde los cero putos años bebiendo agua, no estoy hecho de agua? Por mucho que haya meado, si siempre meo menos que bebo, ¡debería estar hecho de agua!). El griego, acostado en su cama pero incapaz de dormir, se agitaba y farbullaba toda clase de insultos. Las observaciones implicadas eran que el vecino había estado en la guerra y tenía unos brazos como dos leños de roble, y la única predicción que había por ahí en medio es que era probable que como fuese allí a discutirle a voces le arrancasen la cabeza de un guantazo.
Y entonces, en medio de la noche, al griego se le ocurrió cambiar de enemigo. Como no podía enfrentarse a su vecino (bueno, si podía, pero deberían recogerle luego con espátula y se necesitarían tecnologías que tardarían aún 2.000 años en aparecer para diferenciar los pedazos de su cara destrozada de los del suelo), decidió enfrentarse a la teoría de su vecino. Al día siguiente, tenemos al griego en el ágora, tratando de convencer a los borrachuzos que pasan mediante sus “razones científicas”, razones que se parecen tanto a las empleadas hoy por la ciencia como un puto neandertal se parece a nosotros. Pero razones, al fin y al cabo.
Una semanas más tarde, para cualquier griego con dos dedos de frente es obvio que los seres humanos estamos hechos íntegramente de agua. La razón ha triunfado.
Estas y otras acciones darían fruto a lo que hoy conocemos: tres mil años de historia de la ciencia, resumibles como una gran cadena de OWNEDs históricos consecutivos (Tolomeo ownea a Aristóteles, Copérnico ownea a Tolomeo, Newton ownea a Copérnico, Einstein ownea a Newton, Schrödinger ownea a Einstein...) con eventuales regresiones a etapas teológicas en la que se aceptan como argumentos válidos el “si algo pasa, es porque Dios lo ha querido” y ¡Cristo, cristo, cristo es el más listo!” (que no es propiamente un argumento, sino una especie de cántico de hurra que pueden cantar los borrachos bajo riesgo de blasfemia, pero que tuvo más peso científico en la historia de la humanidad en sentido global que todos los experimentos que puedas hacer en tu puta vida con el Large Hadron Collider del CERN), algo tan irónico como el hecho de que un iletrado cualquiera con una habilidad suficientemente alta a a hora de manipular el movimiento de un balón utilizando los pies o que una tía con glandulas mamarias de tamaño considerable y un buen estilista son capaces de imprimir su nombre en la historia con mucha más fuerza que el mayor cerebro del MIT.
Al fin y al cabo, creo que estaremos de acuerdo em que a Einstein se le recuerda más por ese par de magdalenas que tenía por pelo que por la brillantez de sus teorías.
Pero creo sinceramente que hemos perdido el rumbo de la investigación científica. Por ejemplo, si hoy mismo interceptásemos a un científico en su camino a la reunión periódica de su club de fans de Star Trek, le colocásemos una bolsa negra en la cabeza, le montásemos en una furgoneta en marcha y le preguntásemos, poniéndole el cañón de una pistola de 9mm en la boca, cual es el objetivo de la ciencia, nos respondería que “hacer un mundo mejor para los seres humanos” o “descubrir los últimos secretos del universo”. (Aunque bueno, dicho todo esto, quizá también preguntaría bastante asustado si vamos a violarle). No, científico, no. No vamos a violarte. Sólo a matarte. Porque eso es de hippies.
Por eso digo que hemos perdido el rumbo. Antes, el tipo hubiese contestado sin vacilar que la ciencia es algo que sirve para sentirnos superiores a los ignorantes, y para poder contradecir todo lo que decían nuestras madres (véase: que por hacerte pajas te quedarías ciego).
No nos engañemos, el espíritu científico no nació cuando un griego miró al agua en un desinteresado acto contemplativo y se preguntó por qué no todo era agua, e hizo unas primeras deducciones a partir de dichas observaciones.
… Más bien nació cuando ese griego se acostó bien cabreado después de haber debatido acaloradamente con un vecino sobre cualquier gilipoyez (véase: ¿por qué si llevo desde los cero putos años bebiendo agua, no estoy hecho de agua? Por mucho que haya meado, si siempre meo menos que bebo, ¡debería estar hecho de agua!). El griego, acostado en su cama pero incapaz de dormir, se agitaba y farbullaba toda clase de insultos. Las observaciones implicadas eran que el vecino había estado en la guerra y tenía unos brazos como dos leños de roble, y la única predicción que había por ahí en medio es que era probable que como fuese allí a discutirle a voces le arrancasen la cabeza de un guantazo.
Y entonces, en medio de la noche, al griego se le ocurrió cambiar de enemigo. Como no podía enfrentarse a su vecino (bueno, si podía, pero deberían recogerle luego con espátula y se necesitarían tecnologías que tardarían aún 2.000 años en aparecer para diferenciar los pedazos de su cara destrozada de los del suelo), decidió enfrentarse a la teoría de su vecino. Al día siguiente, tenemos al griego en el ágora, tratando de convencer a los borrachuzos que pasan mediante sus “razones científicas”, razones que se parecen tanto a las empleadas hoy por la ciencia como un puto neandertal se parece a nosotros. Pero razones, al fin y al cabo.
Una semanas más tarde, para cualquier griego con dos dedos de frente es obvio que los seres humanos estamos hechos íntegramente de agua. La razón ha triunfado.
Estas y otras acciones darían fruto a lo que hoy conocemos: tres mil años de historia de la ciencia, resumibles como una gran cadena de OWNEDs históricos consecutivos (Tolomeo ownea a Aristóteles, Copérnico ownea a Tolomeo, Newton ownea a Copérnico, Einstein ownea a Newton, Schrödinger ownea a Einstein...) con eventuales regresiones a etapas teológicas en la que se aceptan como argumentos válidos el “si algo pasa, es porque Dios lo ha querido” y ¡Cristo, cristo, cristo es el más listo!” (que no es propiamente un argumento, sino una especie de cántico de hurra que pueden cantar los borrachos bajo riesgo de blasfemia, pero que tuvo más peso científico en la historia de la humanidad en sentido global que todos los experimentos que puedas hacer en tu puta vida con el Large Hadron Collider del CERN), algo tan irónico como el hecho de que un iletrado cualquiera con una habilidad suficientemente alta a a hora de manipular el movimiento de un balón utilizando los pies o que una tía con glandulas mamarias de tamaño considerable y un buen estilista son capaces de imprimir su nombre en la historia con mucha más fuerza que el mayor cerebro del MIT.
Al fin y al cabo, creo que estaremos de acuerdo em que a Einstein se le recuerda más por ese par de magdalenas que tenía por pelo que por la brillantez de sus teorías.
miércoles, 15 de septiembre de 2010
lunes, 13 de septiembre de 2010
martes, 7 de septiembre de 2010
DUMBO: Una película nazi
En inglés, Dumb significa “mudo”, o también “tonto”, siendo “Retrasao, el efante que podía volar” la traducción más adecuada para el filme que hoy tratamos.
En efecto, Dumbo era un mutante, un paria entre los suyos. Todos se burlaban de él y de sus grotescas orejas gigantes, y su madre había sido una loca peligrosa a la que habían tenido que ejecutar, y todo era una mierda para él hasta que conoció a un ratón que le hizo creer en sí mismo y le enseñó que en virtud de esas orejas inmensas (y, suponemos, el uso de sus múltiples poderes mentales de mutante, cosa que aunque no se explicita en la película se deja a entender en incontables ocasiones, ya que un elefante pesa demasiado y su cuerpo no es aerodinámico, cosa que a todas luces le imposibilita para volar sin ayuda de explosivos o de un chorro de fuego que le sea capaz de emitir a través de la trompa) podía desplazarse por el aire.
Casi podría decirse que la película Precious está inspirada en Dumbo, pero no porque sus protagonistas compartan una abominable obesidad e ingente tonelaje (que también), sino porque ambas películas tienen el mismo mensaje: que todos los minusválidos, seres particularmente diferentes físicamente o personas que no encajan con nuestra definición de normal han de ser víctimas del ostracismo y la marginación, que no solo podemos sino que debemos burlarnos de ellos y maltratarles, EXCEPTO si su amorfidad les proporciona una habilidad especial que puede ser utilizada para el beneficio de la masa de los normales, o como a los cineastas nos gusta decir, seres humanos no imperfectos.
Por eso, Dumbo es al final aceptado entre los suyos: porque poder volar permite entretener a la gente que visita el circo (casi todos ellos, sin duda personajes adinerados de la sociedad alemana), que observando la peculiar escena pueden relajarse de sus elevadísimas tareas profesionales (inventar la bomba atómica, por ejemplo).
Otra película en esta línea es Forrest Gump, que era tonto pero sabía correr y jugar de puta madre al ping pong. En definitiva, que los tontos y deformes del cine siempre deben tener una característica redentora en la que sean muy buenos para que nos caigan bien.
La gorda de Precious, en cambio, al no disponer de ninguna habilidad especial (no pinta, no baila, no es ni siquiera capaz de cantar correctamente) no tiene ninguna habilidad redentora, y por eso debe morir, lo cual es el mensaje final de dicha película, creo que estaremos todos de acuerdo.
Porque, no sé si lo habéis pensado alguna vez, pero la peli de Dumbo tiene ya 70 putos años. De hecho, fue estrenada en plena guerra mundial. De hecho, Dumbo iba a ocupar la portada del número de diciembre del Time, pero fue desechado debido al ataque de Pearl Harbor. En lugar de un elefante con orejas que le permitían volar pusieron las fotos de un piloto japonés sin piernas que le permitían poner más explosivos en el avión para lanzarse en plan kamikaze.
¿Casualidad? Yo no lo creo.
Yo creo que la película fue deliberadamente saboteada por parte de fuerzas aliadas. Es más, me atrevo a afirmar que el verdadero motivo de que los americanos obviaran las alertas sobre los movimientos de tropas del ejército japonés era fastidiar la promoción de la película. Y os puedo explicar por qué: Los americanos temían a Disney.
Digamos la verdad: Disney eran unos colaboracionistas y Hitler era reconocido seguidor de sus películas. De hecho era normal emitir películas de Disney en las reuniones propagandísticas nazis (para atraer a los niños), por eso hay una película donde el Pato Donald se hace miembro de las SS.
La conversación del Estado Mayor de los Aliados debió ser algo así: “Es una película de dibujos que sólo ven niños… ahora. Pero algún día esos niños se harán mayores y podrán cargar con un rifle. Serán soldados. ¿Y a quién le serán fieles? Al tío Sam, ¿¡o a un simpático pato que lleva tatuada la esvástica en el culo!? Créanme, podemos permitirnos perder Gran Bretaña (“¿Qué dices, cabrón?”, interrumpió Churchill en aquél momento. Nadie le hizo caso). ¡Pero no podemos permitirnos que una película sobre un elefante que puede volar vea la luz!”.
¿Triunfaron? La reedición en 1997 de la película opina que NO.
En efecto, Dumbo era un mutante, un paria entre los suyos. Todos se burlaban de él y de sus grotescas orejas gigantes, y su madre había sido una loca peligrosa a la que habían tenido que ejecutar, y todo era una mierda para él hasta que conoció a un ratón que le hizo creer en sí mismo y le enseñó que en virtud de esas orejas inmensas (y, suponemos, el uso de sus múltiples poderes mentales de mutante, cosa que aunque no se explicita en la película se deja a entender en incontables ocasiones, ya que un elefante pesa demasiado y su cuerpo no es aerodinámico, cosa que a todas luces le imposibilita para volar sin ayuda de explosivos o de un chorro de fuego que le sea capaz de emitir a través de la trompa) podía desplazarse por el aire.
Casi podría decirse que la película Precious está inspirada en Dumbo, pero no porque sus protagonistas compartan una abominable obesidad e ingente tonelaje (que también), sino porque ambas películas tienen el mismo mensaje: que todos los minusválidos, seres particularmente diferentes físicamente o personas que no encajan con nuestra definición de normal han de ser víctimas del ostracismo y la marginación, que no solo podemos sino que debemos burlarnos de ellos y maltratarles, EXCEPTO si su amorfidad les proporciona una habilidad especial que puede ser utilizada para el beneficio de la masa de los normales, o como a los cineastas nos gusta decir, seres humanos no imperfectos.
Por eso, Dumbo es al final aceptado entre los suyos: porque poder volar permite entretener a la gente que visita el circo (casi todos ellos, sin duda personajes adinerados de la sociedad alemana), que observando la peculiar escena pueden relajarse de sus elevadísimas tareas profesionales (inventar la bomba atómica, por ejemplo).
Otra película en esta línea es Forrest Gump, que era tonto pero sabía correr y jugar de puta madre al ping pong. En definitiva, que los tontos y deformes del cine siempre deben tener una característica redentora en la que sean muy buenos para que nos caigan bien.
La gorda de Precious, en cambio, al no disponer de ninguna habilidad especial (no pinta, no baila, no es ni siquiera capaz de cantar correctamente) no tiene ninguna habilidad redentora, y por eso debe morir, lo cual es el mensaje final de dicha película, creo que estaremos todos de acuerdo.
Porque, no sé si lo habéis pensado alguna vez, pero la peli de Dumbo tiene ya 70 putos años. De hecho, fue estrenada en plena guerra mundial. De hecho, Dumbo iba a ocupar la portada del número de diciembre del Time, pero fue desechado debido al ataque de Pearl Harbor. En lugar de un elefante con orejas que le permitían volar pusieron las fotos de un piloto japonés sin piernas que le permitían poner más explosivos en el avión para lanzarse en plan kamikaze.
¿Casualidad? Yo no lo creo.
Yo creo que la película fue deliberadamente saboteada por parte de fuerzas aliadas. Es más, me atrevo a afirmar que el verdadero motivo de que los americanos obviaran las alertas sobre los movimientos de tropas del ejército japonés era fastidiar la promoción de la película. Y os puedo explicar por qué: Los americanos temían a Disney.
Digamos la verdad: Disney eran unos colaboracionistas y Hitler era reconocido seguidor de sus películas. De hecho era normal emitir películas de Disney en las reuniones propagandísticas nazis (para atraer a los niños), por eso hay una película donde el Pato Donald se hace miembro de las SS.
La conversación del Estado Mayor de los Aliados debió ser algo así: “Es una película de dibujos que sólo ven niños… ahora. Pero algún día esos niños se harán mayores y podrán cargar con un rifle. Serán soldados. ¿Y a quién le serán fieles? Al tío Sam, ¿¡o a un simpático pato que lleva tatuada la esvástica en el culo!? Créanme, podemos permitirnos perder Gran Bretaña (“¿Qué dices, cabrón?”, interrumpió Churchill en aquél momento. Nadie le hizo caso). ¡Pero no podemos permitirnos que una película sobre un elefante que puede volar vea la luz!”.
¿Triunfaron? La reedición en 1997 de la película opina que NO.
domingo, 5 de septiembre de 2010
WARHAMMER
Warhammer podría ser traducido como Martillo de Guerra (o como cualquier otra cosa, en realidad, si no supiésemos inglés), aunque el susodicho Martillo no aparece por ningún lado. Ahora, en cuanto a Guerra, de eso sí que podemos encontrar un huevo, ya que básicamente el mundo de Warhammer está plagado de varias razas, a cada cual más ridícula, que sólo piensan en abrirse la cabeza las unas a las otras utilizando palos, espadas, mazas o lo que poyas encuentren.
No obstante, y a pesar de que dicha descripción parece prometer el mayor juego que la humanidad ha tenido nunca, hay mucha gente que no sabe una mierda de Warhammer, sólo que son unas figuritas que hay que pintar. De hecho, para la gran mayoría, pintar las figurillas es toda la diversión.
Pero en la época del Paint, con botones en forma de cubo de pintura que rellenan automáticamente los espacios, eso de tener que pintar poco a poco es como del siglo pasado. Algo antinatural. La gente se aburre y acaba pintando los regimientos de enanos sedientos de sangre y cerveza de color fucsia y rosa.
Y os sorprendería la cantidad de ejércitos de enanos homosexuales que andan por ahí… y lo que hacen con sus enemigos una vez los han derrotado. Una pista: no sólo les saquean las botas y todo el oro que lleven encima.
Y todo esto sólo porque creen que es muy difícil jugar. Creen que no son lo suficientemente inteligente para manejar un grupo de guerreros de plastiquillo (o metal, quizá) y vencer a otro tipo de inteligencia media que controla otro ejército igual. Que hay que ser un genio para lograr eso.
Tienen razón. Eso es más jodidamente complicado que su puta madre. Hay que ser físico nuclear para aprender a jugar a esa mierda. Yo no sé quien coño escribió las reglas de ese juego, mi teoría es Nikola Tesla. Por eso, yo os presento mi pequeño libro de normas, todo lo que hay que saber sobre Warhammer:
Lo primero es que todas las figurillas de Warhammer van incrustadas en un pedazo de suelo llamado peana. Colocando las unas junto a las otras, las figurillas forman una especie de albóndiga rectangular de la que sobresalen toda clase de pinchos y cabezas, como una auténtica marea humana de bersekers, sin ningún tipo de sentido. Dicha albóndiga puede ser lanzada contra otros ejércitos enemigos con destructivas consecuencias (bueno, todo lo destructivo que puede ser tirar dados sobre una mesa rodeada por frikis gordos).
El objetivo del juego, como es obvio, es que tus albóndigas sean las últimas en quedar en pie. A lo largo de los años miles de jugadores expertos han creado muy diversas tácticas para lograr derrotar a los rivales (golpearle con una barra de hierro cuando está distraído, fingir que le amas, cambiar los dados por microexplosivos activados por movimiento que dejen manco al rival cuando trate de usarlos, inutilizando su capacidad para mover las figurillas…), incluso quizá recomienden dividir el grupo en dos regimientos y efectuar una maniobra de pinza sobre los ingenuos y homosexuales rivales.
No dejéis que os engañen. La mejor manera de vencer en Warhammer es una maniobra concentrada de todas las tropas dirigidas de manera coordinada contra la primera línea del enemigo. Es decir, una puta carga frontal (llamada comúnmente “suicida” porque, uhm… es un suicidio para quien intenta enfrentarse a alguien que la realiza). Así que junta a todos tus tipos y lánzalos en línea recta. Ganarás.
Napoleón lo sabía, los romanos lo sabían, los cartagineses lo sabían, y ahora lo sabes tú.
jueves, 2 de septiembre de 2010
Argentina, buen lugar
La palabra argentina proviene de argentum (que en latín significa plata), porque, como nos dice nuestro experto Ruferto Cejicorto, “¡aquí se vinieron todos los capos ricachones loco! ¡Todos los mishones se trajeron, estaban shenos de plata esos pibes!”. Es un país bastante gordo que cuelga de Sudamérica, al lado de Chile, que son todas las playas del este de Argentina juntas, autoproclamadas como estado independiente.
Algunas voces (despreciadas por la ciencia) dicen que había pobladores nativos en Argentina antes de la llegada de los europeos e investigan su “supuesta” cultura. Obviamente eso es un craso error, porque como cualquier occidental sabe desde su edad más temprana, en ningún país de América Latina sucedió absolutamente nada hasta que los europeos desembarcaron. Sólo a partir de ese momento, y bajo una enorme señal luminosa que indicaba “User ARGENTINA has joined the game” comenzaron a pasar cosas en esa zona que mereciesen ser recogidas por la Historia. Antes, sólo cuatro chalados en taparrabos cazando conejos (o su equivalente selvático).
La capital de Argentina es Buenos Aires (paradójicamente, tan contaminada atmosféricamente como cualquier otra gran ciudad del mundo). Ahí se inventó el tango, una modalidad de danza mitad baile de salón mitad violación. Dicha ciudad es una de las que posee un índice PAI más bajo de toda América Latina (PAI = Probabilidad de Apuñalamiento Inesperado).
Una conocida especialidad culinaria de Argentina son las pastas con dulce de leche (que es una cosa que les sale a los argentinos del pene después de haberlo masajeado fervientemente). Dichas pastas tienen un sabor dulzón y pueden provocar el embarazo en caso de ser aplicadas en el interior de la vagina de una mujer lo suficientemente fértil.
Argentin saltó a los periódicos de medio mundo hace unos años por haber sufrido una crisis bancaria bastante heavy (acabaron con más números rojos que una reunión del partido comunista).
La causa fue que durante once años en Argentina podía cambiarse, tal cual, un dólar americano (valorado en 3.9 pesos argentinos) por un peso argentino (valorado en un cubo lleno de mierda hasta rebosar).
Obviamente, la gente usaba el cambio constantemente porque así, básicamente, multiplicaban su dinero por tres, sin hacer absolutamente nada. El dinero estaba apareciendo mágicamente y no, tranquilos, eso no desafía las leyes más básicas de la materia y la energía (nada se crea ni se destruye, sólo se transforma). Efectivamente, no se estaba “creando” nada.
La pasta de la diferencia entre el dólar y el peso la ponía el estado de su bolsillo (mira qué majos). Y por supuesto, nada se destruía, sólo se transformaba: transformaba las arcas del estado argentino, antes llenas, en un sitio más vacío que las inmediaciones de un puto agujero negro… Vaya, que no había que ser muy listo para ver que aquello iba a acabar mal del cagarse.
Al final, hubo que prohibir que la gente pudiera sacar su dinero del banco, cosa que muchos criticaron, dijeron que aquello parecía el comunismo, aunque esas afirmaciones son completamente ridículas y faltas de fundamento: nunca es comunismo si es para ayudar a los ricos.
Eso hizo que todos se volvieran locos y comenzaran a saquear supermercados y tiendas varias. En parte como protesta, y en parte porque los argentinos llevaban mucho tiempo queriendo hacerse con una de esas nuevas teles con pantalla de plasma, y qué cojones.
Finalmente echaron a los políticos que habían metido estas políticas impopulares. Los cabecillas de la muchedumbre asaltaron el palacio presidencial para revisar las cuentas y dijeron lo siguiente: “Ah… pues no, no mentían los políticos. Somos pobres, tendremos que jodernos… ¿Qué hacéis todavía aquí? Vamos, vamos, ¡dispersaos! ¡Cada uno a su casa!”.
Y así terminó todo: tuvieron que irse recuperando poco a poco. Vaya por dios.
Algunas voces (despreciadas por la ciencia) dicen que había pobladores nativos en Argentina antes de la llegada de los europeos e investigan su “supuesta” cultura. Obviamente eso es un craso error, porque como cualquier occidental sabe desde su edad más temprana, en ningún país de América Latina sucedió absolutamente nada hasta que los europeos desembarcaron. Sólo a partir de ese momento, y bajo una enorme señal luminosa que indicaba “User ARGENTINA has joined the game” comenzaron a pasar cosas en esa zona que mereciesen ser recogidas por la Historia. Antes, sólo cuatro chalados en taparrabos cazando conejos (o su equivalente selvático).
La capital de Argentina es Buenos Aires (paradójicamente, tan contaminada atmosféricamente como cualquier otra gran ciudad del mundo). Ahí se inventó el tango, una modalidad de danza mitad baile de salón mitad violación. Dicha ciudad es una de las que posee un índice PAI más bajo de toda América Latina (PAI = Probabilidad de Apuñalamiento Inesperado).
Una conocida especialidad culinaria de Argentina son las pastas con dulce de leche (que es una cosa que les sale a los argentinos del pene después de haberlo masajeado fervientemente). Dichas pastas tienen un sabor dulzón y pueden provocar el embarazo en caso de ser aplicadas en el interior de la vagina de una mujer lo suficientemente fértil.
En el aspecto futbolístico, Argentina... eh... euhr...
Lo siento me he perdido. ¿De qué estábamos hablando?
Lo siento me he perdido. ¿De qué estábamos hablando?
Argentin saltó a los periódicos de medio mundo hace unos años por haber sufrido una crisis bancaria bastante heavy (acabaron con más números rojos que una reunión del partido comunista).
La causa fue que durante once años en Argentina podía cambiarse, tal cual, un dólar americano (valorado en 3.9 pesos argentinos) por un peso argentino (valorado en un cubo lleno de mierda hasta rebosar).
Obviamente, la gente usaba el cambio constantemente porque así, básicamente, multiplicaban su dinero por tres, sin hacer absolutamente nada. El dinero estaba apareciendo mágicamente y no, tranquilos, eso no desafía las leyes más básicas de la materia y la energía (nada se crea ni se destruye, sólo se transforma). Efectivamente, no se estaba “creando” nada.
La pasta de la diferencia entre el dólar y el peso la ponía el estado de su bolsillo (mira qué majos). Y por supuesto, nada se destruía, sólo se transformaba: transformaba las arcas del estado argentino, antes llenas, en un sitio más vacío que las inmediaciones de un puto agujero negro… Vaya, que no había que ser muy listo para ver que aquello iba a acabar mal del cagarse.
Al final, hubo que prohibir que la gente pudiera sacar su dinero del banco, cosa que muchos criticaron, dijeron que aquello parecía el comunismo, aunque esas afirmaciones son completamente ridículas y faltas de fundamento: nunca es comunismo si es para ayudar a los ricos.
Eso hizo que todos se volvieran locos y comenzaran a saquear supermercados y tiendas varias. En parte como protesta, y en parte porque los argentinos llevaban mucho tiempo queriendo hacerse con una de esas nuevas teles con pantalla de plasma, y qué cojones.
Finalmente echaron a los políticos que habían metido estas políticas impopulares. Los cabecillas de la muchedumbre asaltaron el palacio presidencial para revisar las cuentas y dijeron lo siguiente: “Ah… pues no, no mentían los políticos. Somos pobres, tendremos que jodernos… ¿Qué hacéis todavía aquí? Vamos, vamos, ¡dispersaos! ¡Cada uno a su casa!”.
Y así terminó todo: tuvieron que irse recuperando poco a poco. Vaya por dios.
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